La simultanea caída de dos bancos en Estados Unidos, el Silicon Valley Bank (SVB) y el Silvergate Capital Corp (SCC), ocurrida en los últimos días ha empezado a ramificarse en diversos sectores económicos y países, encendiéndose las alarmas de los reguladores y bancos centrales en los principales centros financieros mundiales.
El SVB, uno de los 20 bancos comerciales más grandes de Estados Unidos opera también en Canadá e Inglaterra (localidades donde ya se ha visto alterado su funcionamiento) y tiene sucursales en China, Dinamarca, India, Alemania, Israel y Suecia.
En Estados Unidos el organismo que asegura depósitos por hasta 250.000 dólares por depositante, la Corporación Federal de Seguros de Depósitos -FDIC- junto con el Banco Central de ese país -Federal Reserve- y el Tesoro trabajan contra reloj para crear un vehículo (o encontrarle una “novia financiera” al SVB) que permita asegurar la devolución de la totalidad de los depósitos en esas dos instituciones antes de la apertura de operaciones. Con datos a fines del año pasado sólo el 5% de los casi 170 mil millones de dólares de depósitos que tenía el SVB contaban con la garantía del FDIC.
En esta ocasión la crisis se originó en dos bancos de diverso tamaño y perfil ubicados en la costa oeste de Estados Unidos que dejaron de operar y fueron intervenidos en los últimos días al no poder hacer frente al retiro masivo y abrupto de los depósitos de sus clientes.
Ambas entidades financieras compartían una característica problemática: sus depósitos estaban concentrados en sectores específicos.
La caída del de mayor tamaño, Silicon Valley Bank (SVB) representa la segunda de mayor envergadura en toda la historia bancaria de los Estados Unidos. En este caso sus depósitos estaban concentrados en inversores y emprendedores del universo tecnológico. A fines del 2022 los activos de SVB superaban los 200 mil millones de dólares.
El otro banco (mucho) más pequeño en desmoronarse Silvergate Capital Corp (SCC) tenía entre sus principales clientes a inversores del mundo cripto. A fin del año pasado sus depósitos oscilaban en los 4000 millones de dólares (habiendo sufrido una caída de 8000 millones de depósitos en sólo ese último trimestre del 2022).
Analizado sistémicamente la principal causa de estos derrumbes ha sido el alza en las tasas de interés del Banco Central de Estados Unidos ocurrida durante el último año.
La secuencia del auge y caída de ambas instituciones bancarias fue la siguiente. Durante 2020 y 2021, cuando las tasas de interés en los países centrales eran casi nulas, los fondos de inversión globales (imitados luego por millones de ahorristas minoristas) diversificaron una porción de los fondos que administraban invirtiendo en el sector cripto y en nuevos emprendimientos tecnológicos. Producto de estos movimientos los dos bancos (ahora fallidos) que tenían una operatoria “amigable” hacia estos sectores recibieron una catarata de fondos y vieron incrementar (y concentrarse) exponencialmente sus pasivos.
Esos depósitos fueron colocados por estos bancos durante 2020 y 2021 en instrumentos de bajo riesgo, tales como bonos emitidos por el tesoro de los Estados Unidos (treasuries), otros instrumentos que cuentan con garantías en hipotecas (mortgage backed securities) y en activos similares.
Pero como las tasas de corto plazo en ese momento eran muy bajas los bancos no invirtieron en los instrumentos más líquidos y con menor riesgo de precio, sino que prefirieron rentabilizar más (conseguir rendimientos mas altos) esas colocaciones comprando los bonos de esos mismos emisores a tasa fija pero a plazos mayores. Por simple matemática los bonos a tasa fija bajan más de precio cuando sus plazos son más largos y los rendimientos en ese mercado suben de cotización.
El jaque mate a la continuidad de estos bancos cristalizado la semana pasada se dio, entonces, producto de los efectos que el alza en las tasas de interés en 2022 tuvo en ambos lados del balance de estas instituciones. Por el lado de sus pasivos tanto los principales actores del sector cripto como el de capital de riesgo comenzaron en el último trimestre del 2022 a retirar masivamente depósitos de estos dos bancos “amigos”.
Esto sucedió debido tanto a la salida de grandes inversores de activos de riesgo (comportamiento típico en periodos de alzas en las tasas de interés con la consecuente baja en los precios de esos activos) como a los diversos fraudes que se fueron conociendo en el mundo cripto (Celsius y FTX, entre otros). Por el lado de los activos de esos dos bancos el alza en las tasas de interés hizo que los bonos que debieron vender abruptamente para afrontar la fuga de depósitos tuvieran que efectivizarse a pérdida, acelerando la descapitalización de estas instituciones.
Un coletazo lateral de esta crisis lo sufrió el segmento (supuestamente) estable del universo cripto, la exposición al banco SVB de la empresa Circle emisora de la criptomoneda USDC hizo que la cotización de este dólar tokenizado cayera el pasado sábado más de 10% para luego empezar a recuperarse lentamente.
Mientras que las empresas emprendedoras tecnológicas y las que financian estas actividades ven avecinarse un crudo invierno algunos maximalistas del mundo cripto nativo se ilusionan, sin muchos elementos, con que, a diferencia del año pasado el bitcoin esta vez sí logre su objetivo embrionario de actuar como refugio ante las dificultades del sistema financiero tradicional.
Respecto a las responsabilidades de los reguladores financieros en esta crisis ya habrá tiempo para deslindar responsabilidades: que no calibraron adecuadamente la concentración de depósitos que estos dos bancos mantenían con sectores específicos frágiles, que no anticiparon los riesgos de descalces de tasas de interés, de mercado y de liquidez en que estaban incurriendo los mismos, etc, etc. Pero al igual que en crisis pasadas una vez superada la tormenta seguramente nos encontraremos con un mundo financiero mas regulado que el actual.
En el cortísimo plazo, y más allá de cómo se resuelva la situación de estas dos instituciones, de las esperables declaraciones tranquilizadoras de todos los actores, es altamente probable que ante este escenario de incertidumbre se inicie un proceso de destrucción de riqueza, los grandes inversores se retraigan y adopten comportamientos conservadores hasta asegurarse del alcance de los daños, generando caídas en los activos de riesgo, mayores retiros de depósitos y dificultades en instituciones financieras de diverso tipo.
La velocidad y efectividad de las medidas que se toman en estos casos resulta clave, si el incendio logra neutralizarse cuando solo hay pocos focos, los daños en la sociedad y en los recursos públicos que deben utilizarse son mucho menores que cuando las llamas empiezan a propagarse.
Con sus grandes diferencias la experiencia de la crisis del 2008 puede servir de espejo respecto a cómo no actuar, la falta de reacción y de coordinación entre organismos y países y las marchas y contramarchas de los distintos actores públicos involucrados en ese momento terminaron generando un costo gigantesco en términos económicos y sociales para todo el mundo. Hay tiempo, pero el reloj de arena ya está dado vuelta.
Carlos Weitz. Ex presidente de la CNV. Profesor de criptoactivos y monedas digitales en posgrados Universidad de Buenos Aires.
Fuente: Ámbito
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